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Ropa: la regla de las 26 prendas y la red comunitaria.


Siempre me costó gastar dinero en ropa. Al ser la menor de tres hermanas era frecuente que me llegara todo heredado, ni siquiera tenía que elegir qué me ponía. Fue muy cómodo hasta que mis hermanas se fueron a vivir lejos. Tuve que aprender a elegir y no siempre me fue fácil. En Ushuaia, hacía una compra una vez por año, lo que me faltaba y listo. La ropa era cara pero de buena calidad, me duraba años. Con les niñes es diferente, la gastan más rápido. Lo bueno es que se formó una red de intercambio entre madres y nos pasábamos la ropa de nuestres hijes. He entregado bolsas negras de consorcio y también he recibido. Todo con poco uso (les chiques crecen rápido), nunca me faltó nada. A veces compraba en el súper porque el algodón era bueno. Unes amigues viajeros nos decían que ellos no tenían más de 26 prendas cada uno. Si les entraba algo nuevo, tenía que salir algo viejo. Es una buena manera de regular. No se apila ropa en desuso ocupando espacio y aprendemos a cuidar lo que tenemos sin apegarnos a ello.


Juguetes: fomentar la creatividad y menos es más.


El tema juguetes suele ser controversial y está directamente relacionado con la socialización y la tele. Muchos juguetes de plástico carísimos rápidamente se convierten en pedacitos pequeñitos que suman más y más cachivache colorido. Les niñes no piden por ellos hasta que los ven en la tele, con mil publicidades por dibujito. Sin tele, eso deja de ser un problema. Cuando llegan de regalo, se agradecen porque siempre la intención es buena. Pero son los primeros que se descartan. Los mismo la música y los dibujitos. Decidimos que íbamos a seleccionar lo que más nos gustaba teniendo en cuenta los que consideramos más enriquecedor para su oído y su estímulo visual. Por eso dejamos de lado los dibujitos violentos o muy histéricos, y controlamos la cantidad que veían por día, lo mismo el horario. No había hecho lo mismo con mi hijo mayor y sufrimos las consecuencias. Pudimos contrarrestarlo con mucha lectura. Los libros tienen un lugar privilegiado en nuestra casa. Considero que un buen libro es el mejor de los juguetes en la primera infancia. Ya me explayaré más adelante. (¡Los libros son mi pasión!)


En cuanto a música, hay muy buena y disponible en nuestro país (y en Latinoamérica). Internet ayuda, permite tener a mano lo que era imposible para nuestras madres. Le estoy muy agradecida a Mariana Baggio, Magdalena Fleitas, Luis María Pescetti, Los Tinguiritas, Canticuentos, el Dúo Karma, recopiladores de nanas y canciones tradicionales, y todas las canciones que me cantaban de niña antes de dormir. Palucho además tiene una sensibilidad especial con la música. Durante el embarazo de las mellizas, nos juntábamos a tocar y cantar con unes amigues. Eran cenas de picada, dulces, guitarra, cajón peruano, maracas y melodías. La música nos acompañó en las largas noches sin dormir, después de una pesadilla, para alegrar una tarde y para jugar. Hay un canasto con instrumentos permitido para niñes y adultes.


Los juguetes que resistieron mudanzas: Bloques de madera, figuras de goma eva y barquitos para el baño, muñecos de tela, tejidos a crochet, hechos con corchos. Cartones, hojas recicladas y colores. También rompecabezas, colchones en el piso y la tela para hacer acrobacias.


Otras opciones de disfrute: La plaza, ir al bosque o salir a caminar. Andar en bici y triciclo. Visitar la biblioteca popular, ir a hacer las compras en familia.


No es que nunca fueron a un pelotero, ni al shopping, ni vieron algún dibujito que no nos encantara, pero no eran la primera opción.


Muebles: reciclados, heredados, de descarte o para siempre.


En casa de mis abuelos los muebles eran robustos y duraban generaciones. Había varios juegos de living, mesas de comedor, sillas, camas, placasds y aparadores que habían combatido con el tiempo. Mis padres heredaron algunos, aunque la mayoría los compraron nuevos, ya en una calidad inferior pero con igual intención de perdurabilidad. Muebles con historia, Luis XV, estilo provenzal, de algarrobo o de roble. Con herrajes o esterillas, espejos enormes y patas talladas. Todo era tan elegante y formal que a mí me costaba sentarme en ellos por temor a desencajar, como cuando una pieza de rompecabezas queda mal colocada en un encastre.


En Ushuaia, con la idea más o menos clara de una futura mudanza al norte, no había muchas intenciones de gastar dinero en muebles. Mi idea era que fueran funcionales, agradables y fáciles de dejar en el camino. Por eso aprovechamos materiales reciclados: telas, botellas, cajones de verduras, tablas de madera, estantes y almohadones, muchos. En lo único que sí invertimos fue en colchones y bibliotecas.


(Foto con los ejemplos y referencias)


Estos fueron los primeros cambios, los que pudimos hacer en Ushuaia, con una temperatura media de 5°C, con una vida puertas adentro, en una casa alquilada, sin huerta ni invernadero (aunque teníamos el compost y algunos tachos con menta, ajo egipcio, ciboullette, y frambuesas y corintos); con una vida carísima aún siendo austera y sin tiempo disponible. Todo nos empujaba a irnos a un sitio con estaciones marcadas, y un clima más benigno, donde pudiéramos modificar algunas cosas más de nuestra cotidianeidad. Nos llevó años lograrlo porque esperábamos el momento oportuno. Pero como ese momento nunca llegaba, nos fuimos en el peor momento y de la peor manera porque sino, qué gracia hubiera tenido.

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