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Estaba feliz porque solo tiraba una bolsa de basura por día pero el fin de semana se me juntaban varias. Me quejé de que no hubiera recolección también los domingos. Una amiga me dijo: ¿No será que tenés que tirar menos? Una bolsa por día seguía siendo demasiado.

Somos grandes productores de basura porque el consumo requiere de muchos deshechos. El packaging lo es todo, un producto vale más por su envoltorio que por su contenido. Teníamos que desarmar esa imagen también de nuestras cabezas.


En Ushuaia la basura se saca una vez por día, a excepción del domingo y los feriados. En los barrios, por la mañana bien temprano. En el centro, por la tarde noche. Hay que sacarla en el momento justo para evitar que los perros se la lleven antes y la desparramen por el suelo. En uno de los barrios donde viví, sobre la ladera de la montaña, había un enorme cajón de basura con tapa donde todos los vecinos de la cuadra tirábamos nuestras bolsas. Un cajón no alcanzaba y siguiendo el razonamiento habitual que tenemos como sociedad de consumo, el pedido al municipio era tener dos cajones en vez de uno porque siempre colapsaba y la tapa quedaba medio abierta, servida para que los perros la sacaran con facilidad. No importa si era de raza, un caniche, un husky o un cusco, ninguno se resistía al llamado. Tampoco importaba si lo alimentaban con las sobras de la casa o con balanceado de alta gama. Un pañal sucio seduce hasta el can más elegante. No se nos ocurrió hacer una campaña para reducir la basura doméstica, simplemente pedimos un tacho más grande, o dos. Le echamos la culpa a los vecinos de los barrios más altos, a los paquetes del súper, etc. porque así pasaba a ser el problema de otro.


En el último sitio donde vivimos, próximo a la costa del mar, teníamos una canasta propia lo suficientemente alta para el caniche de al lado pero no para el husky de enfrente. Para evitar el desastre, montábamos guardia junto al canasto hasta que identificamos bien el horario preciso en que pasaba el camión. Había otra opción. Sacar solo basura que no tuviera restos de alimentos ni material orgánico. Así veíamos cómo los perros atacaban la de enfrente pero no la nuestra. El problema era que todavía teníamos un componente por demás atractivo para los animales: los pañales.


Tuvimos mellizas. No fue planeado, no que fueran dos. Con mi compañero, llamémosle “Palucho”, decidimos que queríamos tener un hijo juntos. Yo tenía a mi hijo mayor, llamémosle “Nano”, pero Palucho era padre primerizo. Cuando fuimos a la primer ecografía, más preocupados por confirmar el embarazo que cualquier otra cosa, nos enteramos que eran dos. Palucho tuvo que sentarse porque le temblaron los pies. Fuera del hospital, quedamos sentados con el coche estacionado, en estado de shock. Luego saqué el cuaderno e hice una lista de lo necesario porque siendo dos, nada podía sobrar. Y en esa lista hubiera estado muy bien poner pañales de tela pero ni se nos cruzó por la cabeza. Con todo el trabajo que implicaría tener dos bebés al mismo tiempo, la remota idea de lavar pañales todos los días, varias veces, era titánica. Con el tiempo nos daríamos cuenta que a lo mejor, no hubiera estado mal porque al momento de dejar los pañales, el control de esfínter llevó su tiempo y seguimos lavando bombachas durante años. Pero eso es otra historia.


Pasados los primeros meses, en un arrebato de culpa por el uso desmedido de los descartables, compramos dos hermosos pañales de tela, uno de color lila y el otro bordó. Realmente bonitos, con unos botones de lo más prolijitos, pero la caca y el pis se salían por los costados. Creo que si hubiéramos tenido más energía, podríamos haber armado nuestros propios diseños y serán de esas cosas que pudiéramos pensar para otra vida. Nuestros consumos en esa época quedan muy bien grafiados en el chango del súper: desbordaba de sachets de leche y paquetes de pañales. A eso sumemos que las compras todavía eran en su mayoría empaquetados. A Ushuaia, las verduras llegan congeladas, los cortes de carne vienen en bandejitas y nuestra alimentación iba camino a ser más sana pero todavía le faltaba un largo camino.


Los desechos consistían en: pañales, envoltorios de plástico, bandejitas de tergopol y papel higiénico. Sacábamos una bolsa, dos en la época de pañales, por día. Cuando las niñas dejaron de usarlos, el desecho se redujo a una bolsa cada dos días. Incluso si juntábamos varias el fin de semana, no largaban olor. ¿Qué hacíamos con el resto de los desperdicios?


a- Papeles y cartones, los quemábamos o reutilizábamos. Mis hijes juegan con cartones, rollos de papel, botellas, etc desde que son muy peques. Hay mucho papel en casa pero poco en la basura.

b- Botellas de plástico y de vidrio:iban a las bolsas gigantes de reciclaje del municipio.

c- Corchos: hacía muñecos para les niñes, al igual que otras manualidades en mis talleres.

d- Cáscaras de huevo, de verduras, y todo componente orgánico vegetal: pasaba a formar parte del compost.

e- Restos de carne: se los tirábamos a los animales al fondo del patio. Había cantidad de gatos en los alrededores.

f- Harinas, azúcares, y alimentos procesados quedaban en un gris que no pudimos resolver mientras vivimos en esas latitudes. (Nunca era demasiado).

Usamos menos productos y reciclamos lo más posible porque nuestra responsabilidad no puede terminar cuando tiramos la bolsa en el canasto de afuera. Es un ejercicio diario y lo seguimos haciendo porque la tentación es grande. Que se ocupe otro. Pero cuando pasamos a decidir cada vez más sobre lo que hacemos, nos volvemos más libres y eso es lo que queremos.

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