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Soberanía tecnológica 2


¿De qué estamos hablando?


Puedes encontrar el texto completo en el siguiente vínculo[1], te recomiendo leerlo completo, pero si eres perezosa como yo, aquí tienes el resumen de la introducción que es una maravilla.


• [1] Soberanía tecnológica 2



Por Margarita Padilla


> Dice la Wikipedia que la «soberanía» es el poder político supremo y que es soberano quien tiene el poder de decisión, el poder de dar las leyes sin recibirlas de otro.


> Trasladando la cuestión de la soberanía a las tecnologías, la pregunta sobre la que queremos conversar es quién tiene poder de decisión sobre ellas, sobre su desarrollo y su uso, sobre su acceso y su distribución, sobre su oferta y su consumo, sobre su prestigio y su capacidad de fascinación…


> intento desplazar un poco la cuestión hacia otro terreno un poco más, político ya que creo firmemente que lo que una persona «suelta» sepa o no, en realidad no es tan significativo en un planteamiento global sobre tecnologías.


> Hay una cadena, un circuito de confianza, que hace insignificante lo que yo, personalmente, pueda saber o no saber. Me apoyo en el saber colectivo y en lo que ese saber compartido enuncia como verdades sociales.


> No creo que el sujeto de la soberanía tecnológica sea el individuo (ya sabes, ese hombre joven, guapo, blanco, inteligente, exitosos... más que nada porque no existe).


> Como todas las otras, la soberanía tecnológica se hace, sobre todo, en comunidades. Las comunidades existen. Están por todas partes, haciéndose y rehaciéndose sin parar.


> Como toda construcción simbólica, las comunidades no se pueden ver con los ojos de la cara. Tienen que verse con los ojos de la mente. Y sentir su vínculo con los ojos del corazón.


> si no ves por dónde andan las comunidades, corres el riesgo de pisotearlas. Aunque, con frecuencia, a lo que aspira la industria de las tecnologías no es a pisotearlas, sino a controlarlas.


> Para las personas que luchamos por la soberanía tecnológica, las comunidades son una realidad palpable. Están ahí, las vemos y las sentimos. Aunque el estereotipo relacione tecnologías con consumismo, elitismo, pijadas, individualismo aislado... Esto es sólo la visión que dibujan la industria y el mercado. Un mercado que quiere consumidores aislados y que ofusca la realidad.


> En la lucha por la soberanía, la cosa va de comunidades. Nadie inventa, construye o programa en solitario, sencillamente porque la complejidad de la tarea es tal que eso resultaría imposible.


> La premisa de una comunidad que aspira a ser soberana es que el conocimiento debe ser compartido y los desarrollos individuales deben ser devueltos al común. El conocimiento crece con la cooperación. La inteligencia es colectiva y privatizar el conocimiento es matar la comunidad. La comunidad es garante de la libertad, es decir, de la soberanía.


> Dicho brevemente: la comunidad, en su versión radical, se autoorganiza y se autorregula con autonomía y es la garante de la soberanía. Si tienes comunidad tendrás libertad y soberanía. O más aún: sólo dentro de las comunidades podemos ser personas libres y soberanas.


> «Meterse» en una comunidad no significa necesariamente saber programar ni ir a reuniones ni tener responsabilidades. Las comunidades son generosas. Permiten distintos grados de pertenencia y ofrecen distintos tipos de contribución.


> Puedes colocarte en el ángulo desde el que se contempla todo el valor.


> Estamos hablando no del valor económico, instrumental, empresarial o de marca, sino del valor social. Si contemplas el valor, estás dando y tomando valor.


> Por eso, además de todas las cosas prácticas que puedas hacer, tu visión puede hacer que las comunidades sean más fuertes. Y ya estás contribuyendo.


> La tecnología, desde el fuego o la piedra de sílex hasta las prodigiosas construcciones que usamos, casi sin reparar en ello, por todas partes, es el cuerpo de la cultura. Sin tecnología no habría cultura.


> La relación con la tecnología es paradójica. Te permite hacer más cosas (autonomía), pero dependes de ella (dependencia). Dependes de quienes la desarrollan y distribuyen, de sus planes de negocio o de sus contribuciones al valor social. Y cambias con ella. ¿No está cambiado Whatsapp o Telegram la cultura relacional? ¿No está cambiando Wikipedia la cultura enciclopédica? Y también la cambias a ella. Por eso, es tan importante sostener abierta la pregunta colectiva sobre qué horizonte tecnológico deseamos y cómo lo estamos construyendo.


> En el boom de las crisis financieras y de una cultura del emprendimiento obligatorio, la industria de las tecnologías, a la que no se le escapa la potencia de las comunidades, empieza a utilizar arquitecturas de participación para aprovecharse de la inteligencia colectiva y obtener valor de mercado.


> La industria de las tecnologías quiere naturalizar tus elecciones. Quiere que te adhieras a sus productos-servicios sin hacerte preguntas. Así que, para resistir a la sumisión tecnológica te propongo que, en tus elecciones, valores:


> Que la comodidad no sea el único criterio. Es más cómodo no separar las basuras.


> la comodidad no siempre es el mejor criterio


> Que la gratuidad no sea el único coste. Está bien que haya servicios públicos gratuitos, que es una manera de decir que están costeados por todo el mundo, en un fondo común.


> Pero, cuando hablamos de la industria de las tecnologías, la gratuidad es solamente una estrategia para conseguir mayores beneficios por otras vías. Esa gratuidad tiene un altísimo coste no sólo en términos de pérdida de soberanía (ya que nos quedamos al albur de lo que la industria nos quiera «regalar» en cada momento), sino en términos medioambientales y sociales.


> Todo cuesta algo. Por eso, quizás deberíamos pensar en ese tipo de «gratuidad» como un coste que estallará por otro lado.


> Nadie vive en una soberanía tecnológica absoluta. La soberanía es un camino. Pero, no podemos aceptar eso de que, como no podemos hacerlo todo, no hagamos nada.


> Hay muchas cosas que se pueden hacer. Por supuesto, puedes usar más software libre.


> También puedes participar activamente en alguna comunidad. Sin embargo, hay muchas más cosas que se pueden hacer


> Si tienes inquietudes respecto a tus prácticas tecnológicas, socialízalas, convérsalas, hazlas circular. Las prácticas tecnológicas no son asuntos individuales. Tienen una dimensión social que debemos problematizar. Las tecnologías tienen que estar en la agenda común, tanto como la salud, el trabajo o la participación política. Hay que hablar de tecnologías.


> La decisión sobre qué tecnologías usar no es solamente práctica. También es ética.


> Público no es lo mismo que gratis.


> No se trata de perseguir la última tendencia del mercado, sino de estar al día en los debates políticos y sociales sobre soberanía tecnológica, que son muchos y constantes.


> Las tecnologías también son fuente de alegría y placer.


> Las tecnologías no sólo sirven para trabajar duro o para aislar a las personas. Como hemos dicho antes, son el cuerpo de la cultura. Y cultura es mucho más que trabajo.


> Si eres mujer, busca a otras para preguntar, en común, cómo la construcción de género nos está separando de una relación activa, creativa y de liderazgo con las tecnologías. La presencia activa de las mujeres en la construcción de soberanía tecnológica es escasa. Ahí hay mucho trabajo por hacer.


> Y, si no sabes por dónde tirar, busca ayuda. Además, de toda la gente que conoces personalmente, hoy en día, podemos entrar en comunicación con personas que no conocemos.



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